Soy Lydia. Tengo la suerte de ser parte de una gran familia en la que el canto está en el corazón de cada uno de nosotros. Crecí en un hogar donde se cantaba. Mi mamá me cantaba por la noche con su guitarra, cantaba en el auto, cuando caminábamos en la naturaleza, mientras cocinábamos. Siempre estaba cantando. Granny, mi bella abuelita, cantaba al piano y con sus nietos en el regazo. Mis tíos, tías y primos se juntaban y se siguen juntando para tocar guitarra y cantar. De niña, nunca pensé mucho en lo que significaría el canto en mi vida ni en cómo se convertiría en el centro de mi ser. Pero al llegar a mis cincuenta años reflexiono profundamente y me doy cuenta de que cantar es mi alma. Es como me conecto conmigo misma y con los demás.
Siempre supe que quería ser maestra. Empecé a cuidar a bebés y a niños de mi barrio a los 12 años, y a los 15 conseguí mi primer trabajo en la guardería Hester’s Day Care. Trabajaba todos los días después de la escuela, y de Wesley Hester aprendí juegos de deditos, rimas, juegos cantados y canciones simples para cantar con los niños. Él siempre se reía al jugar y cantar con los niños. De él aprendí la gran importancia de cantar diariamente con los niños. Durante mi adolescencia y mis veinte, tocaba guitarra y cantaba con mis amigos, mi familia y niños en jardines infantiles, campamentos de verano y programas de enriquecimiento escolar.